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miércoles, 9 de marzo de 2011

28 de febrero de 2011: Dajla

Nos despertamos temprano y desayunamos café con pan frito rebozado en huevo que nos prepararon las hermanas, delicioso.

El conductor llegó puntualmente a las 9, y media hora más tarde, acompañados de dos de las hermanas, nos encaminamos a Dajla, el campamento más alejado de Tindouf, a hora y media en coche desde Ausserd.


Durante nuestra estancia con la familia, solo estuvimos con tres de las hermanas, la mayor y otras dos; ya que su madre estaba en territorio ocupado, en la ciudad de Smara, en casa de uno de sus hijos varones, curándose de una afección de la piel para la que el clima del desierto no era muy favorable. La más pequeña estaba en Mauritania, cuidando a su abuela; y otra de ellas, coincidiendo con los festejos del 27 de febrero, se encontraba en Tifariti, en territorio liberado, con unas amigas, celebrando la conmemoración de la proclamación de la R.A.S.D, a la vez que trabajaba de policía.


De todas ellas, solo dos hablan castellano, las dos menores. Por suerte una de ellas sí estuvo estos días, así que la comunicación fue bastante fácil. Además, siempre contamos con el apoyo de los niños, que como casi todos han pasado veranos en España con el programa “Vacaciones en Paz” también conocen nuestro idioma.

Llevábamos menos de dos días en los campamentos y yo ya notaba la nariz y las vías respiratorias llenas de polvo y respiraba bastante mal (todavía ahora las tengo bastante “tupidas”). Me pregunto cómo los refugiados pueden soportar ese ambiente seco, arenoso y polvoriento con el que conviven día a día.


Durante el trayecto en Land Rover, que son los coches que utilizan los saharauis para ir por el desierto, la mayoría donados, una de las hermanas me llevaba totalmente sujeta para evitar que botara demasiado. Así se viaja, bote tras bote, debido a la cantidad de piedras y baches que hay por el desierto hasta llegar a la carretera.

Foto: Álvaro Sánchez

Una vez alcanzada esta, nos encontramos con controles de la policía argelina, ya que las carreteras que conectan los campamentos son del gobierno de Argelia, otro avance cuestionable otorgado a los refugiados. 
 
Foto: Álvaro Sánchez

Llegamos a Dajla, y tras pasar otro control, esta vez del Frente Polisario (a la entrada de los campamentos siempre hay uno, que impide la entrada de intrusos), nos dirigimos a la daira de Yereifia, con destino a su dispensario y guardería. 
 
Foto: Álvaro Sánchez

La Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui de Getafe, en la que estamos nosotros, está hermanada con este campamento, y llevábamos una autorización para este dispensario para que, a la llegada de la caravana de ayuda desde Madrid, pudiesen ir a Rabuni, a la Media Luna Roja, a recoger cuatro cajas de medicamentos.

Atravesando Dajla, un campamento con algo más de vegetación que el resto y donde existen algunos huertos, ya que tiene un nivel freático próximo a la superficie (hace muchos años fue un oasis); encontramos el dispensario con ayuda de nuestro conductor que paraba de vez en cuando para preguntar a los saharauis que encontrábamos a nuestro paso.


Foto: Álvaro Sánchez

El dispensario estaba cerrado y su encargado no estaba, solo el guarda, que nos invitó a té y a pasar a su pequeño puesto de vigilancia, donde comimos lo que habíamos comprado en una tienda a mitad de camino; mientras llegaba alguien a quién pudiésemos entregar la autorización para la recogida de medicinas.

Un par de horas más tarde llegaron dos mujeres, avisadas por el guarda, una de ellas una joven que había pasado algún tiempo en Andalucía y hablaba castellano con acento andaluz. Tengo que decir que los saharauis tienen una gran facilidad para aprender castellano, a pesar de hablar una lengua tan diferente como es el hasaní. Se les entiende perfectamente y algunos utilizan un castellano muy rico, además de que muchos lo han aprendido solos.


Tras firmarnos un recibí de la autorización que nosotros llevaríamos otro día a la Media Luna Roja para que quedase constancia de que deberían entregarles las cuatro cajas de medicinas, y tras entregarles una cantidad de dinero para que alquilasen un coche para ir a Rabuni; les preguntamos si podíamos ver la guardería. 


Foto: Álvaro Sánchez

Desde la Asociación también estaban interesados en saber cómo estaba este servicio, ya que desde el año pasado, por la cancelación del vuelo charter del puente de diciembre, no habían recibido ningún dinero. Pero no había nadie que pudiese atendernos en ese recinto, así que eso no pudimos comprobarlo.

Iniciamos nuestro camino de regreso a Ausserd, con las dos hermanas que nos habían acompañado un poco nerviosas por llegar cuanto antes, ya que no les gustaba la idea de haber dejado a su hermana mayor sola con los niños y a cargo de todo el trabajo de la jaima.


A mitad de camino, tras dormir un rato en el coche, bajo el caliente sol del desierto que agota lo impensable, el conductor paró de repente en un lugar donde había desperdigados varios árboles y matorrales para hacer té.


Llevábamos un rato sentados en la arena, esperando a que se encendiesen los carboncillos cuando apareció otro coche, paró cerca del nuestro y bajó un hombre que parecía amigo de nuestro conductor. Le dio a este un cartón de leche y una bolsa con carne de camello que prepararon en trocitos, y que comimos todos. La carne de camello para ellos es todo un manjar y tengo que decir que aunque es algo dura, tiene un sabor exquisito. Nuestro visitante, después de beber té con nosotros e invitarnos a su carne, se despidió y se fue.

Foto: Álvaro Sánchez

Tras esta parada, retomamos el camino de vuelto a la jaima de nuestra familia. Cuando llegamos, bebimos té, nos prepararon una cena abundante que compartimos con el primo de la familia y hablamos como siempre largo rato. Después nos acostamos, tras arroparnos como siempre una de las hermanas, que nos tapó con un montón de mantas para hacer frente a la fría noche del desierto.
Raquel Ruiz. 
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