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martes, 25 de enero de 2011

Más allá de la realidad

Todo empezó hace algunos años. Me sentía raro. De repente veía y oía cosas que los demás no parecían notar. Una voz que me hablaba desde mi interior me obsesionaba, dirigía mi vida, me pedía o me prohibía hacer cosas.

Empecé a aislarme porque tuve miedo de sentirme diferente a los demás. Me comportaba de una forma extraña… Cambiaba de humor bruscamente, me movía deprisa, ansioso; y a veces me encontraba a mí mismo hablando solo, contestándole a esa voz que hablaba desde mi mente.

Mi familia empezó a notar algo, lo sabía por cómo me miraban, pero hacían como si nada. Creo que pensaban que si no lo demostraban, se me pasaría. Mis amigos también se dieron cuenta. Me preguntaban si me encontraba bien, cuando a veces parecía quedarme absorto con algo, desconectado de mi alrededor. Yo no sabía qué responder. ¿Cómo explicar algo tan extraño? ¿Cómo decirles que alguien me hablaba cuando ellos no lo oían? No lo entenderían, estaba seguro. Me tomarían por loco. Así que callaba.

Un día todo esto fue a más. Me desperté oyendo la voz de siempre, pero esta vez me gritaba, me ordenaba que corriese a buscar una luz y que la atrapara.

No lo dudé, apurado por la voz que me gritaba desde dentro, muerto de miedo, salté de la cama, no me duché, me vestí con la ropa del día anterior y salí estrepitosamente de casa dejando a mi familia preocupada.

Empecé a darme cuenta de que era incapaz de discernir qué era real y qué no lo era. Y notaba cómo la línea que separaba esos dos mundos iba haciéndose cada vez más pequeña.

Encontré la luz, mi único y obsesivo objetivo. Corrí tras ella mientras la voz gritaba en mi cabeza “¡¡¡CORRE!!! ¡¡¡CORRE MÁS!!! ¡¡¡SE ESCAPA!!!”. Arrollé a varias personas que se cruzaron conmigo, las aparté de mi paso, empujándolas, en la angustiosa persecución de ese destello fugaz. Creí que el pecho me iba a explotar por la presión que sentía, llegué a un semáforo en rojo, la luz lo cruzó y yo casi con ella, haciendo caso omiso de los coches que pasaban a gran velocidad, si no fuese por alguien que me agarró del brazo y me sujetó con fuerza, impidiendo que me matara.

La tensión que me produjo perder esa luz huidiza me hizo caer sin conocimiento.

Me desperté en un hospital. Al menos creí que era eso. Mis padres y mi hermana estaban allí, al lado de mi cama. Me preguntaron cómo estaba y yo les dije que muy cansado. Era verdad, tenía mucho sueño.

Al parecer, según me explicaron después, me habían dado tranquilizantes porque había estado días enteros sin dormir. No lo recordaba.

Me dijeron también que me habían atado a la camilla porque cuando me desperté, después de caer en el semáforo, me había autolesionado. Me miré las piernas y encontré varios moratones y arañazos. La voz me había ordenado dañarme a mí mismo como castigo por no haber atrapado la luz.

Pasé varios días en ese centro. Mi familia venía a verme todos los días. También algunos amigos. Pero yo sentía como que no los conocía, al menos no como antes. No sentía lo mismo por ellos. Los notaba lejos de mí, como si yo estuviese en otra dimensión, más allá de la realidad.

Cuando me dieron el alta, el médico me explicó qué me había pasado. Había tenido un brote psicótico; durante unos días había perdido la noción de la realidad. Me informó de que no se me pasaría nunca, que volvería a tener algún brote más, pero que podría controlarlos. Y me recetó una medicación que tendría que tomar todos los días del resto de mi vida.

Mi familia me ayudó mucho en esto. Me lo recordaban, siempre me preguntaban si había tomado mis pastillas. Y me animaban, me decían que siempre estarían ahí, conmigo.

Aun así, tengo que reconocer que en ocasiones me porté mal. Muy mal. Algunos días me sentía tan angustiado y deprimido que salía, bebía, y a veces me drogaba. Quería mandar todo a la mierda, salir de la realidad de una forma voluntaria, no porque lo ordenase mi enfermedad, sino yo mismo. Que ella no dictase cuándo tenía que ser un psicótico y cuándo “normal”.

Las veces que me maltrataba así, consciente de que para mi enfermedad el alcohol y las drogas eran terribles, mi familia se enfadaba muchísimo y me daba la espalda. Era muy doloroso, pero ahora sé que lo hacían por mi bien. De otra forma no les escuchaba, solo cuando me abandonaban.  

Creo que mis padres y mi hermana, y también mis amigos, ante mi enfermedad, se pusieron muy tristes. Se les veía desmejorados, taciturnos, siempre con el ceño fruncido; pero no estaban enfadados conmigo, sino con ellos mismos. Sabían que nunca me iba a recuperar del todo y que  no acertaban con la forma de tratarme. Cuando tenía algún otro brote y me comportaba de una forma rara, notaba su nerviosismo, su angustia y creo que también se culpabilizaban por no saber qué hacer conmigo.

Un día decidimos ir a una psicoterapia. Allí nos enseñaron a todos a convivir con mi enfermedad. Creo que el primer paso correcto que dimos fue aceptar totalmente mi esquizofrenia y que debíamos cambiar nuestra relación, colmarla de paciencia y ayuda entre nosotros.

Las cosas mejoraron. Una vez hecho nuestro el problema, hubo una cierta mejoría en nuestro ánimo. Ellos me protegían de situaciones estresantes que podrían desencadenar otro brote, e incluso nos mudamos a las afueras de la ciudad lejos del ajetreo del centro. Me llevaron a centros de psicorehabilitación donde estuve con otros pacientes como yo; compartí sus experiencias y realizamos muchísimas actividades juntos. Volví a abrirme al mundo.

También me animaron a buscar un trabajo, para cuando tuviese mis temporadas de “normalidad”, no muy duro ni estresante, pero que me hizo sentir más independiente, responsable y capaz de interaccionar con mi entorno.

Todavía sigo teniendo brotes, a pesar de medicarme. Pero he conseguido adelantarme a su gravedad. Cuando me noto raro, cuando empiezo a oír una voz bajita en mi cabeza, mucho antes de que llegue a chillarme, yo mismo voy al médico y pido que me ingresen. Paso unos días allí, me controlan y vuelvo a salir.
Y después “me toca” otra época de calma. A veces más corta, otras más larga.

Pero me siento afortunado por tener a gente a mi lado que me quiere, que me apoya, que me trata con cariño aunque sé que yo a veces a ellos no; que estoy ocupado atendiendo a mis fantasías y no les hago caso. Sé que ellos a veces lo pasan mal por mí, pero no desfallecen, siguen ahí, ayudándome en lo que pueden, que sé que es difícil.
Al fin y al cabo, esto será así para siempre.

********************

Este relato es ficticio, y con él he querido acercarme, y seguramente solo lo haya conseguido mínimamente, al infierno que viven las personas que sufren esquizofrenia. Algunos logran llevar una vida normal, otros no tanto, y algunos llegan a suicidarse; porque además de este mal en un nivel muy grave, sufren la marginación y el rechazo de la sociedad.

Creo que es importante ver la esquizofrenia (y todos los males mentales) desde una perspectiva de apoyo, ayuda y comprensión; algo que muchas veces no encuentran tanto las personas que las sufren como sus familias; ni entre nosotros, ni entre quienes tienen el poder para aportar los medios para un mejor cuidado y tratamiento de estas enfermedades.

Parece que vivimos en un mundo donde las enfermedades “que se ven” siguen siendo más importantes que las “ocultas”.

Raquel Ruiz.
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4 comentarios:

  1. "Y nos atrevemos a llamarles locos,viviendo en este mundo en el que la locura es la tarjeta de presentación más común.Qué mayor locura que las guerras,y continuamos padeciéndolas"

    Sí,a la salud mental no sólo se la mira con otros ojos,sino que parece que cuesta bastante más empatizar con la persona que tiene alguna de estas,como bien dices,enfermedades "ocultas".

    La verdad es que en comparación con otros trastornos,creo que cada vez más aceptados socialmente,quizá por ser más comúnes,como los de ansiedad o depresión,la esquizofrenia sigue llevando asociada un gran estigma social.Así que estas personas y sus familias no sólo tienen que lidiar con los síntomas y demás,sino con los prejuicios y la falta de información..La esquizofrenia tiene muy mala prensa.

    Guadalupe

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  2. Es un gran desconocimiento el que la sociedad tiene de esta enfermedad, y así como en otras enfermedades se investiga en esta no creo que se hagan avances.
    Muchas gracias por tu artículo quizás si se hablara más podríamos entenderlo mejor

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  3. Julio Medem hizo un documental fantástico sobre la esquizofrenia, se llama "1 por ciento esquizofrenia" y nos acerca a todos a el drama que sufren los enfermos. No me quiero ni imaginar como vivirían estas personas hace 200 años.

    Este otro documental habla tambien de la esquizofrenia, aviso que contiene imágenes muy fuertes, de cuando se lobotomizaba a los pacientes.
    http://teimagino.com/el-misterio-de-la-esquizofrenia-ver-video-documental/

    Alvaro

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  4. Después de ver el documental, muy interesante por cierto, la verdad es que me he quedado hecha un nudo. No parece que de momento haya demasiada esperanza de saber cómo se desencadena la esquizofrenia... son todo teorías, nada es seguro.
    Y mientras??? Qué se puede hacer mientras? Muchas cosas: facilitarles la vida a ellos y a sus familias, crear programas de integración, dar información, estudiar pautas de comportamiento para saber cómo enfrentarse a sus brotes, tanto ellos como los que les rodean, establecer más ayudas para pacientes que probablemente no pueden ejercer una profesión en igualdad de condiciones que el resto de la sociedad, romper con tabúes, educar a la sociedad para que la palabra "locura" desaparezca aplicada a la esquizofrenia...

    Como dicen en el video, puede que tengan que pasar otros 100 años antes de que se sepa cómo se produce la enfermedad. Es muchísimo tiempo para que las cosas sigan igual, ¿no os parece?

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